Comíamos nueces recostados.
Mi hermano, además, fumaba y leía a Oesterheld.
Recuerdo haberle apuntado más de una vez
con el pulgar del pié al Dios que teníamos pegado
a un machimbre del techo, y en tono de oda recitarle:
con el pulgar del pié al Dios que teníamos pegado
a un machimbre del techo, y en tono de oda recitarle:
"Amenazarte es (de alguna manera)
reconocer que existís, es, conjeturar tu reinado,
tus frases, tus milagros, tu martirio, tu claustro,
es, en fin, reconocerte.
Es entender también
que no soy "el elegido".
Mientras ahuyentaba el humo del cigarro de Carlos,
volvía a apoyar la pierna sobre el colchón
(sin dejar de comer nueces)
Me quedaba en silencio, pensando nuevas amenazas,
retomando mi ilusión:
"Amenazarte, Dios de los humanos, es..."
(me cago en Carlos! siempre fue tan simple!).
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